lunes, 26 de septiembre de 2011

Piedras marcianas.

Por las calles de la simpleza, atravesaron los sentidos algunos pequeños mounstritos de la noche, algunas mariposas de las mañanas, algunos picaflores de las tardes, y así con disimulo cauto  fueron pegándose a  su cuerpo. Su boca ya sin besos pregunto de que se trataba la noche, de qué se trataba el día. Una memoria lejana sabia que en alguna otra época en sus manos se habían alojado flores,  sueños de besos, y mariposas de infinitos colores. ¿Pero porque solo parecían ideas carentes de realidad?
Por las calles de la rareza, atravesaron sus sentidos los aromas del invierno, de la primavera, del otoño, y la tibieza del verano fue dulce como las uvas que daba aquella parra del encierro, aquella falsa ilusión de naturaleza. Y por qué no iba a añorarlas? Si después de todo habían endulzado su paladar en veranos sin tiempo.
Los monstruitos de la noche le susurraron cuentos del viento en su oído, y la invitaron a navegar el cielo, a dormirse en alguna estrella, a jugar a despertar al sol mientras roncaba en su cama de piedras marcianas.
Y mientras amanecía las mariposas de las mañanas la invitaron a buscar aromas en las flores para perfumar su cuerpo dormido. Buscaron juntas colores y pétalos para armar lujosos vestidos. Hicieron jabones de flores para limpiar su piel, para llenarla de buen aroma.  Pudo acariciarse, sentir su piel suave, mirar sus senos y rejuvenecerlos como antaño.  Pudo borrar cada golpe y cada marca.
Y así casi llegando a la tarde se hicieron presentes los picaflores y con ellos los deseos por cumplirse, y ella deseo y deseo… y ellos la escucharon la recorrieron y se marcharon.

Sobre campos azules va su alma volando, deja tras si dolor, silencios, abusos, injusticias, lleva consigo a los monstruitos, las mariposas y los picaflores. 


Laura Mastantuono.

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